blog" /> Desde el otro lado
martes, junio 26, 2007,04:13
Fragmentos de recuerdos de la memoria V
Si estás leyendo esto y no sabes de qué va, pásate antes por aquí.



V

Ella entró primero y yo cerré la puerta con una exhalación. Antes de que se girase o me preguntase algo, antes de que el silencio de aquella noche se viera interrumpido por su cálida voz, yo la abracé desde detrás, la así hacia mí con delicadeza y dulzura y la besé el cuello de blanca flor y suave olor.

Después todo se precipitó. Cada uno se hizo responsable del otro y la ropa poco a poco se fue desprendiendo de nuestros cuerpos para acabar perdida en algún oscuro rincón del que, horas después, deberíamos recoger.

Ella tenía su mirada fija en mí, absorta en mis oscuros ojos y en todos mis movimientos. Me dejé llevar, dejé que ella me guiase hacia la habitación sin romper el juego de silencios y miradas que ambos habíamos iniciado. Y al llegar allí todo se sucedió como hacía tiempo que no ocurría. Las caricias y besos cada vez más constantes y animales, el silencio interrumpido por ella y por mí a intervalos regulares y toda nuestra atención y deseos concentrados en aquel momento.

-Me gusta esta colcha… creo que nunca te lo había dicho -dijo rompiendo los pensamientos en los que me encontraba sumido después de habernos quedado en silencio al acabar todo.

-La compré hace un par de años, en un viaje de negocios, en Italia -la dije-, me gustó su color.

-Y su tacto -me sonrió-. El color nada hace sin una buena textura.

Después de bastantes semanas Lydia y yo volvíamos a dormir juntos, después de tantas semanas de duro trabajo podríamos descansar un fin de semana, tenernos sólo a nosotros y a nada ni a nadie más. Ella aún no lo sabía, pero yo tenía pensado una pequeña salida a una casa rural de un pueblo no muy alejado de la ciudad para ese fin de semana. Aunque los acontecimientos futuros y el destino no dejaría que aquello finalmente ocurriese.

A veces me paraba a pensar en la suerte que tenía de haber encontrado a una mujer como la que estaba acostada junta a mí y que revolvía juguetonamente el pelo de mi cabeza. Siempre había tenido miedo a la soledad, a la pérdida de la juventud y al hastío de la madurez y la senectud sin nadie a quién acariciar, sin nadie a quien abrazar en los momentos más difíciles, ni nadie a quién hacer reír en las noches como aquella. Muchos se ven solos y perdidos, afligidos por la vida, y sin motivos ni suerte por los que vivir. Rezan y se afanan en ver lo positivo, en creer en otras vidas en las que serán más altos, más ricos, en las que serán todo aquello que quieren conseguir y que nunca lucharon por ser. Siempre me había parecido, más que una cuestión de suerte u otras cosas, una cuestión de decisión, de valentía y de saber lo que se quiere, de saber lo que en verdad se ansía y se ama y luchar uno con todas las fuerzas por ello

Nunca me había quejado de mi vida, nunca pedí más de lo que necesité y dudo que alguien me lo hubiera concedido. Supongo que elegí los buenos senderos, los caminos correctos que me llevaron al final del laberinto de esta vida. Quizá fuese suerte, pero nunca lo creí así. La suerte es para los necios, para aquellos que se apostan en el camino pasado ya la mitad de él, y que buscan a alguien que los lleve porque ya no se atreven a seguir hacia delante, hacia la desconocida incertidumbre que ocasiona la libertad de elección y decisión.

-Oye grandullón -dijo Lydia mientras se ponía una camiseta mía-, creo que la próxima semana deberíamos ir a comprar algún regalo para Rebeca, ¿qué te parece?

-Claro… pero no me pienso pasar toda la tarde de compras, que ya te conozco -contesté con un tono ligeramente amenazador.

-Tranquilo, sólo tardaremos un par de horas.

Lydia siempre se preocupaba por los demás, incluso por aquellos con los que no tenía una relación demasiado íntima. Aquella era una de las cualidades que más me impresionaron de ella, aquello me hizo apreciarla y quererla de verdad. Rebeca y ella habían sido amigas de toda la vida y aún en aquel tiempo, después de todo lo vivido, se hacían muestras de amistad y gratitud constantemente.

A ambos nos gustaba mucho la lectura, así que siempre que dormíamos juntos leíamos algo juntos antes de apagar definitivamente la luz y sumirnos en los ensueños de la noche. Aquel día le tocaba a ella, así que se levantó y fue a mi biblioteca para buscar un pequeño fragmento que llevarse a los labios. Volvió con una sonrisa en su cara y un pequeño libro que la lejanía y la tibia luz de la habitación me impidió reconocer.

-Creo que he hecho una buena elección -sentenció mientras se dejaba caer.

-Siempre haces buenas elecciones, sino no estarías aquí -bromeé.

-Sí, supongo que sí… -me contestó con un beso y una caricia de las suyas.

Y ella, siguiendo con el juego de la lectura, empezó a leer un fragmento, empezó a susurrarme palabras y frases al oído. Yo no reconocí aquel breve fragmento, pero me pareció intenso y propio de algún autor importante, de los que ya no quedan y casi olvidados de la memoria están.

-Las palabras se incorporaron a una escena -comenzó a leer-, a una habitación, a algún momento del pasado con el que había soñado. Y enseguida supo con mayor claridad cuáles eran la escena, la habitación y el momento del pasado con los que había estado soñando.

-Lo siento… pero esta vez me has ganado. No sé de quién es.

-Pues pertenece a La señora Dalloway, de Virginia Woolf. Me parece a mí que tantos autores contemporáneos mediocres te hacen daño al cerebro -bromeó.

Sabía que había sido una broma, un comentario que había dicho sin pensar. Pero aún con todo tenía razón. Yo siempre andaba con muchos libros entre las manos, siempre estaba leyendo a los autores contemporáneos para no perderme ninguna novedad que se produjese y que me pudiese pillar descolocado. Y el poco tiempo libre que tenía lo usaba en leer lo que a mí realmente me apetecía leer. Pero después de pasar horas leyendo otras cosas lo último que a mis cansados y miopes ojos les apetecía era seguir leyendo, por muy buenos libros que éstos fuesen. Y ello, como Lydia había dicho, me hacía daño al cerebro.

-Creo que deberías releerlo, es un excelente libro y es una pena que no te acuerdes de este pasaje.

-Lo sé, lo sé… pero es que no tengo tiempo -la contesté con cierta melancolía en mi voz.

-Pues debes sacar tiempo, porque no merece la pena vivir la vida sin disfrutar de lo realmente importante, de todos y cada uno de los placeres que hay en este mundo y que, por otra parte, creo que son el único motivo de esta vida y de que todos nosotros estemos aquí

-Soy incapaz de llevarte la contraria -contesté a Lydia mientras cogía el libro que aún sostenía entre sus delicadas manos.

Un teléfono empezó a sonar y a retumbar por toda casa. El sonido penetrante y agudo sobresaltó nuestros corazones y dio el pistoletazo de salida para la búsqueda del origen de aquel ensordecedor ruido y que había roto todo aquel -y sólo nuestro- momento nocturno. Los dos salimos descalzos y con apenas ropa de la habitación, encendimos las luces y rebuscamos entre la ropa que estaba esparcida por todo el pasillo. Ella se agachó y con una sonrisa en sus dulces labios me enseñó un bulto entre sus manos.

-Es tu teléfono. No son horas para que alguien te llame.

-¡Pásamelo! -le dije mientras me acercaba a ella.

-Toma, ¡cógelo! -Lydia me lo lanzó con cuidado en las tinieblas de la noche.

Un instante antes de pulsar el botón que desencadenaría la larga conversación que mantendría con la persona que me estaba llamando, algo se revolvió en mi interior. Yo tenía una especie de radar, de instrumento de precisión interior que me indicaba con sorprendente exactitud la llegada de malas noticias, de situaciones nada agradables para mí. Desde que mis recuerdos se agolpan en mi memoria tengo grabado esa especie de premoniciones, como antesala de la muerte de mi abuelo, del suspenso de algún examen, de las calabazas de aquella hermosa y rubia chica por la que mi corazón palpitaba… y así, teniendo eso muy presente, apreté el gris botón de mi teléfono móvil y dejé que la vida siguiese su curso, que virase en el siguiente cruce.

-Pensé que no me había visto -dijo la voz de Raquel al otro lado de mi vida-, pero no fue así.

-¿Quién? -espeté sobresaltado- ¿Qué dices Raquel? ¿Estás bien?

-Él me encontró -prosiguió como si no me escuchara, como si hablase consigo misma-, él vino a verme.

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Escrito por bydiox
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3 Comentarios:


  • Escrito a las 26/6/07 19:31, Blogger Kraichek

    muy original todo lo que haces.
    Felicidades

     
  • Escrito a las 27/6/07 04:54, Anonymous Anónimo

    Yo sigo la historia y voy y vengo con placer en tus letras.

    Un beso!!

     
  • Escrito a las 27/6/07 12:21, Blogger bydiox

    Gracias por los ánimos a los dos ;)

    El viernes pondré las últimas dos partes de esta novela corta para que aquellos que la estén siguiendo no se queden sin saber el final.


    Un saludo ^^